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lunes, 19 de octubre de 2020

COVID-19 NOS OFRECE UNA GRAN OPORTUNIDAD PARA REFORMAR EL CAPITALISMO

Una nueva perspectiva del multilateralismo y el capitalismo y la necesidad de centrarse en la paz y la prosperidad compartida.

Mientras el mundo lucha por superar la crisis de COVID-19, la reforma del capitalismo se ha convertido en una tarea crucial.

Las organizaciones e instituciones necesitan poner al planeta y a su gente en primer lugar, en lugar de perseguir ciegamente mayores márgenes de beneficio, escriben tres economistas.

Se necesitan nuevos enfoques para que las empresas puedan resolver los principales problemas sociales y ambientales.
El multilateralismo está en peligro y, con él, también lo está el capitalismo financiero. Los movimientos políticos populistas y la catástrofe económica global inducida por la pandemia han demostrado que ambos, en lugar de ser los pilares de la estabilidad, son palancas de poder político y económico.

En tanto el mundo lucha por reponerse de la crisis del COVID-19, reestructurar el multilateralismo y reformar el capitalismo se han convertido en tareas cruciales. Ambos necesitan transformarse en fuerzas multiplicadoras en un nuevo sistema de creación de valor dinámico. Pero antes habrá que redefinir el propósito fundamental y los principios subyacentes de cada uno.

El multilateralismo de hoy, concebido por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, estuvo dirigido a impedir conflictos globales (a través de las Naciones Unidas), organizar una defensa colectiva (a través de la OTAN, y el ahora difunto Pacto de Varsovia, por ejemplo) y respaldar la reconstrucción y el desarrollo económicos (a través del Plan Marshall, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial). A nivel global, estableció reglas de juego económicas comunes.

Pero esta forma de capitalismo limitado y regulado pronto pasó a ser blanco de ataques, especialmente de parte de los economistas de la escuela de Chicago que abrazaban una agenda de libre mercado favorable al capitalismo financiero. Empresas y educadores por igual abrazaron la nueva ortodoxia, que para los años 1970 había llegado a dominar los escalones más altos de la economía global. Uno de sus pilares centrales –la gobernanza corporativa basada exclusivamente en una “maximización del valor para los accionistas”- se convirtió en una hipótesis incuestionada.

Pero resultó que el multilateralismo de posguerra y el capitalismo financiero se reforzaron mutuamente, porque ambos estaban basados en relaciones que normalmente resultan en situaciones en las que “el ganador se lleva todo”, o que de lo contrario exhiben un sesgo sistémico a favor de quienes tienen más poder. Sin duda, este multilateralismo impulsado por el poder introdujo un largo período de relativa estabilidad global, y las prescripciones de políticas de la escuela de Chicago ayudaron a crear las condiciones para la expansión de imperios financieros y el surgimiento de nuevas clases medias, sacando a decenas de millones de personas de la pobreza. Algunos individuos y familias disfrutaron de niveles inconmensurables de nueva riqueza.

Ahora bien, eso no significa que el acuerdo fuera ciento por ciento eficiente para la sociedad en general. A lo largo de la historia, varios sistemas de explotación han construido imperios y amasado grandes fortunas de la mano de un desempeño atroz en términos de bienestar y capital social (confianza, cohesión comunitaria, capacidad para la acción colectiva). Su colapso representó un progreso moral, porque dio lugar a una nueva era en la cual los derechos humanos y la prosperidad compartida podían prevalecer.

Para que el multilateralismo y el capitalismo recuperen su legitimidad y su atractivo generalizado, deben reformularse como sistemas de mutualidad y reciprocidad. Una buena manera de empezar sería revivir la visión de Robert Schuman, considerado ampliamente como el padre de la unificación europea, quien propuso apenas después de la Segunda Guerra Mundial que Europa abandonara la política de poder en nombre de la solidaridad y la mutualidad. Esa visión ha apuntalado un período de paz y prosperidad europea nunca vistas desde el Imperio Romano, demostrando, a pesar de sus muchas deficiencias, que la reciprocidad puede ser más efectiva que la realpolitik a la hora de defender objetivos colectivos.

Frente a la crisis del COVID-19, muchas empresas se están preparando para contribuir a una agenda de reforma al estilo Schuman, adoptando nuevos modelos de gobernanza corporativa e innovación, con una mirada puesta en la creación de valor liderada con propósito. La comunidad empresarial está reconociendo que abordar los problemas de los accionistas es una mejor estrategia que maximizar los retornos de los accionistas sin considerar las consecuencias.

El capitalismo de accionistas ya no es sólo una aspiración. Los líderes empresarios y los inversores están lanzando y sumándose a iniciativas alentadoras del mundo real que elevarán el lugar de los participantes durante mucho tiempo ignorados en el cálculo corporativo. Más importante, se están testeando y aplicando nuevas escuelas prometedoras de pensamiento económico para transformar modelos de creación de valor en los negocios y las finanzas. Por ejemplo, “Economía de Mutualidad”, un curso co-creado por académicos de la Universidad de Oxford y Catalyst, un grupo de expertos interno de Mars Inc., hoy se está enseñando en las principales universidades, entre ellas Oxford, Sciences Po y la Escuela Internacional de Negocios de China-Europa. Y existe un entusiasmo cada vez mayor por el Proyecto de Cuentas Ponderadas por Impacto de la Escuela de Negocios de Harvard, el Proyecto de Gestión de Impacto y otras iniciativas.

Entre los líderes empresariales, los inversores y los educadores, el apoyo por estas nuevas estrategias ha venido creciendo, porque pueden empoderar a las empresas para solucionar problemas sociales y ambientales clave en los ecosistemas en los que operan sin sacrificar el rendimiento. Cada vez más líderes industriales están reconociendo que el propósito de las empresas no es generar ganancias a expensas de la gente y del planeta, sino más bien desarrollar soluciones rentables para problemas compartidos.

De la misma manera que las empresas y las instituciones financieras necesitan reformar sus modelos para seguir siendo relevantes y sustentar el desempeño, es imprescindible redefinir los sistemas e instituciones multilaterales para promover la paz y la prosperidad compartida. Los responsables de las políticas en todo el mundo tienen la oportunidad –así como la obligación urgente- de adosar condiciones motivadas por propósito a las políticas de emergencia durante la crisis, y aplicar una mentalidad de múltiples interesados a la tarea de volver a poner en marcha la economía.

Un giro de perspectiva tan amplio puede generar un cambio sistémico. Al mismo tiempo, puede reforzar los cimientos en los que se sustentan las empresas: aventurarse a las arenas movedizas de promesas incumplidas.

Tomado de: https://es.weforum.org/

 

miércoles, 14 de octubre de 2020

COVID-19: LAS 4 CLAVES DEL GRAN REINICIO

Una oportunidad perdida... una recreación del centenario del partido de fútbol entre las tropas alemanas y aliadas durante la tregua de Navidad de 1914.

Se necesitan nuevas ideas para catalizar el Gran Reinicio tras la crisis de la COVID-19.

El cambio puede ser tan sencillo como un cambio de actitud
Una mayor conexión entre líderes y personas puede lograr cambios efectivos
La iniciativa del Gran Reinicio del Foro Económico Mundial busca nuevas ideas para aprovechar este momento único en la historia que ofrece la interrupción de la economía, la política y la vida diaria para catalizar un nuevo enfoque en el funcionamiento de nuestras sociedades.

A continuación, vemos cuatro claves importantes para lograr este objetivo: actitud, métrica, incentivos y conexión.

1. Cambio de actitud: si lo conseguimos una vez, lo podemos conseguir de nuevo

El primer cambio tendrá que ser un cambio de actitud. Dos nuevos libros impactantes, Capital and Ideology, de Thomas Piketty y Humankind, de Rutger Bregman , reflejan cómo nuestra perspectiva actual se basa en hipótesis ampliamente equivocadas y que es posible realizar una transformación drástica con un cambio de actitud.

Piketty desafía una premisa básica del capitalismo: que la desigualdad es simplemente un subproducto desafortunado del progreso. Afirma que la desigualdad es una opción política que se basa en una ideología deficiente —el mercado proveerá— y no en el resultado inevitable de la tecnología y la globalización. Piketty demuestra que ni es verdad ni es algo irreversible.

Rutger Bregman explota un mito aún más consolidado: que los seres humanos son intrínsecamente egoístas, poco colaborativos y agresivos y, sin la influencia civilizadora de gobiernos y líderes, el orden se fragmentaría y reinaría el caos. Su investigación de más de 200 000 años de historia de la humanidad refleja que en realidad estamos mentalmente programados para ser bondadosos, colaborativos y atentos. Sin embargo, dirigimos nuestros países, nuestras instituciones cívicas, empresas, centros educativos e incluso a menudo nuestras familias asumiendo esta afirmación tan negativa y equivocada sobre el comportamiento humano. Bregman demuestra que, cambiando esta hipótesis, todo cambia con ejemplos de la vida real tomados de entornos tan dispares como el sistema de cárceles noruego o el mundo real del Señor de las moscas.

Lo que ambos libros afirman es que nuestra visión del mundo es inventada. Inventada por un número de personas sorprendentemente reducido, pero tristemente influyente, de Maquiavelo a Adam Smith pasando por Milton Friedman y William Golding. Pero si lo conseguimos una vez, podemos conseguirlo de nuevo, y hay muchas personas con nuevas y grandes ideas para trabajar si empezamos a tomárnoslo en serio.

La pandemia de la COVID-19 ha mostrado la verdad en ambos frentes. Lo importante, como dice Henry Ford, es darse cuenta de que «tanto si crees que puedes como si no, en ambos casos tienes razón».

2. Crear una nueva métrica: medir lo importante lo cambiará todo

El PIB mide los parámetros equivocados. Medir los parámetros correctos proporcionará a los gobiernos, las empresas y los ciudadanos los conocimientos necesarios para adoptar medidas arriesgadas y desafiantes, pero necesarias para cambiar a un modo de vida más centrado en las personas y en el planeta.

El PIB falla en muchísimos aspectos: mide la riqueza, pero ignora su distribución. Ni siquiera contempla los costes humanos y financieros del capitalismo, los "factores externos" como el bienestar social, la degradación ambiental y los costes sociales, mentales y físicos de las innovaciones.

La insatisfacción con el PIB es generalizada y existen numerosas alternativas que se están probando centradas en el bienestar de las personas y del planeta: por ejemplo, los índices de desarrollo humano y desarrollo social de las Naciones Unidas, las métricas de bienestar, el índice de progreso real, el índice del planeta feliz y una iniciativa para utilizar la felicidad nacional bruta.

Como dicta el refrán: «lo que se mide se gestiona». El Gran Reinicio debe tomarse en serio esta lección e iniciar la transformación adoptando un planteamiento nuevo sobre lo verdaderamente importante.

3. Diseño de nuevos incentivos: obtenemos lo que pagamos

Los incentivos están inexorablemente unidos a las métricas. En 1996, la investigación de Tomorrow’s Company de la Royal Society of Arts del Reino Unido (en la que yo participaba) mostró que el valor de los accionistas como único indicador del éxito de una empresa perjudica tanto a las empresas como a la sociedad, y ni siquiera beneficia a los accionistas. Aproximadamente cada cinco años hay otra gran iniciativa en algún lugar que afirma más o menos lo mismo, y la más reciente es la conversión damasquinada de la Mesa Redonda Empresarial de los Estados Unidos a un punto de vista que contempla un cambio de objetivo para las empresas «Para promover una economía que sirva a todos los americanos».

Pero, en el mundo real, los incentivos han funcionado como siempre todo este tiempo. Las sociedades de capital de riesgo —e incluso los inversores institucionales convencionales— rara vez incluyen siquiera las cuestiones más básicas relativas a riesgos sociales y ambientales en sus criterios de inversión cuando acumulan efectivo en portentosas empresas digitales.

Este tipo de cuestiones complejas quedan relegadas a fondos de gobernanza ambiental y social (ESG, por sus siglas en inglés) que, aunque prosperan, son secundarios al evento principal, generando el máximo capital posible en el mínimo tiempo.

Por tanto, hasta que estos incentivos cambien y los que tienen dinero lo inviertan donde procede, o al menos donde afirman en sus planes de inversión y en sus discursos de Davos, las cosas seguirán exactamente igual.


4. Crear una conexión genuina: en la distancia está el peligro

En Humankind, Rutger Bregman muestra la desgarradora consecuencia de la distancia entre líderes y las vidas del resto de nosotros, y cómo ese es el mayor problema de todos. Termina su libro evocando la tregua del Día de Navidad de 1914 al inicio de la Primera Guerra Mundial. Más de 100 000 tropas depusieron las armas para jugar al fútbol, compartir historias, fotografías, comida y bebida. Pero no solo fue el Día de Navidad, ya que en algunos lugares esta situación se prolongó durante semanas, y muchos hombres que estaban de servicio lo recordaban como uno de los momentos más increíbles de sus vidas. Podría haberse convertido fácilmente en una paz a gran escala, ya que ambos frentes mostraban su reticencia a reanudar el conflicto. 

Tan solo la perseverancia obstinada de generales que en la lejanía utilizaban propaganda para incitar al odio y a la obediencia a través de órdenes que enviaban al tribunal militar a cualquier persona que manifestara «gestos amistosos» con el enemigo consiguió que la guerra se reanudara. El distanciamiento de estos líderes respecto al pueblo fue el factor crítico.

Las tecnologías digitales nos han dado a muchos de nosotros un balón de oxígeno durante el confinamiento, pero también nos han aportado la ilusión de sentirnos conectados. El anonimato encubre a los troles, impulsa la polarización y permite que todos nos sintamos superiores a los demás desde la comodidad de nuestra propia burbuja. Nuestra desconexión de la naturaleza nos ayuda a difuminar los efectos del cambio climático, la degradación ambiental y el sufrimiento animal en nuestras mentes. La distancia definitiva proporcionada por las armas autónomas nos permitirá desvincularnos de la muerte y la destrucción (de "ellos") con solo pulsar un botón.

Mientras tanto, en nuestras casas, como la crisis de la COVID-19 ha dejado claro, nos fiamos alegremente de completos extraños, ayudamos a nuestros vecinos y comunidades, ofrecemos tiempo y dinero a organizaciones benéficas cercanas y lejanas y realizamos miles de millones de actos bondadosos grandes y pequeños unos con otros a cualquier hora y cualquier día. Todo sin que nadie repare en ello.

Encontrar modos en que las tecnologías armonicen, en lugar de polarizar, y de que todos nos conectemos de manera más profunda y significativa con los demás y con el mundo natural reducirá la distancia y nos permitirá ver a nuestros congéneres como lo que verdaderamente somos: no "otros", sino todos iguales.

Esta es probablemente la pieza más importante de todo el rompecabezas para que el Gran Reinicio se convierta en una transformación sobre la que nuestra generación pueda echar la vista atrás con orgullo y cierto asombro.

Tomado de: https://es.weforum.org/

COVID-19: EL GRAN REINICIO

Debemos hacer bien el Gran Reinicio. Los desafíos son mayores de lo que se imaginaba, pero nuestra capacidad de reiniciar es también mayor de lo que nos habíamos atrevido a esperar.

Este es un extracto del nuevo libro del profesor Klaus Schwab y Thierry Malleret: COVID-19 : El Gran Reinicio.

En este corto período de tiempo, la COVID-19 ha provocado cambios trascendentales y ha magnificado los problemas que ya aquejaban a nuestras economías y sociedades. El aumento de las desigualdades, una sensación generalizada de injusticia, la profundización de las brechas geopolíticas, la polarización política, el incremento del déficit público y los elevados niveles de endeudamiento, una gobernanza global ineficaz o inexistente, una excesiva financiarización, la degradación del medio ambiente... son algunos de los principales desafíos que existían antes de la pandemia. La crisis del coronavirus los ha agravado todos.

¿Podría la debacle de la COVID-19 ser el relámpago antes del trueno? ¿Podría tener la fuerza suficiente para desatar una serie de cambios profundos?

 No podemos saber cómo será el mundo dentro de diez meses, y mucho menos dentro de diez anos, pero lo que sí sabemos es que, a menos que hagamos algo para reiniciar el mundo de hoy, el mundo del mañana se verá profundamente afectado. En Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, un pueblo entero prevé una catástrofe inminente y ninguno de sus habitantes parece poder o querer actuar para evitarla, hasta que es demasiado tarde. No queremos ser ese pueblo.

Para evitar semejante destino, necesitamos poner en marcha el gran reinicio sin demora. No es algo que «sería deseable», sino una necesidad absoluta. Si no se abordan y se corrigen los males tan profundamente arraigados en nuestra sociedad y nuestra economía, podría aumentar el riesgo de que finalmente, como ha ocurrido siempre a lo largo de la historia, el reinicio venga impuesto por crisis violentas, como conflictos armados e incluso revoluciones. Nos corresponde a nosotros tomar el toro por los cuernos. La pandemia nos brinda esta oportunidad: «representa una oportunidad inusual y reducida para reflexionar, reimaginar y reiniciar nuestro mundo»

La profunda crisis provocada por la pandemia nos ha brindado multitud de oportunidades para reflexionar sobre cómo funcionan nuestras economías y sociedades y cómo no. El veredicto parece claro: necesitamos cambiar; debemos cambiar. ¿Pero podemos? ¿Aprenderemos de los errores que cometimos en el pasado? ¿Abrirá la pandemia una puerta a un futuro mejor? ¿Pondremos nuestra casa global en orden? En pocas palabras, ¿pondremos en marcha el gran reinicio? Reiniciar es una tarea ambiciosa, quizás demasiado ambiciosa, pero no tenemos más remedio que hacer todo lo posible para llevarla a cabo.

Se trata de hacer que el mundo sea menos divisivo, menos contaminante, menos destructivo, más inclusivo, más equitativo y más justo de lo que era antes de la pandemia. No hacer nada, o demasiado poco, es caminar como sonámbulos hacia una situación de creciente desigualdad social, desequilibrio económico, injusticia y degradación ambiental. No actuar equivaldría a dejar que nuestro mundo se volviera más mezquino, más dividido, más peligroso, más egoísta y simplemente insoportable para grandes segmentos de la población mundial. No hacer nada no es una opción viable.

Dicho esto, todavía falta mucho para que el gran reinicio sea un hecho consumado. Puede que haya quien se resista a la necesidad de acometer esta tarea, temerosos de su magnitud y deseosos de que el sentido de urgencia disminuya y la situación vuelva pronto a ser «normal».

El argumento a favor de la pasividad es el siguiente: ya hemos pasado por crisis similares (pandemias, severas recesiones, brechas geopolíticas y tensiones sociales) y volveremos a superarlas. Como siempre, las sociedades se reconstruirán, y también sus economías. ¡La vida sigue! La lógica contraria al reinicio también parte de la convicción de que la situación mundial no es tan mala y que solo necesitamos limar algunas asperezas para mejorar.

Es cierto que la situación mundial actual es, por término medio, considerablemente mejor que en el pasado. Debemos reconocer que, como seres humanos, nunca nos había ido tan bien. Casi todos los indicadores clave que miden nuestro bienestar colectivo (como el número de personas que viven en la pobreza o mueren en conflictos armados, el PIB per cápita, la esperanza de vida o los índices de alfabetización e incluso el número de muertes causadas por pandemias) han mejorado continuamente a lo largo de los siglos, de forma especialmente notable en las últimas décadas.

Pero han mejorado «en promedio», una realidad estadística que no tiene sentido para quienes se sienten excluidos (casi siempre porque lo están). Por lo tanto, la convicción de que el mundo actual es mejor de lo que ha sido jamás, aunque correcta, no puede servir de excusa para conformarse con el statu quo y no buscar soluciones a los numerosos males que lo siguen aquejando.

Ahora estamos en una encrucijada. Un camino nos llevará a un mundo mejor, más inclusivo, equitativo y respetuoso con la Madre Naturaleza. El otro nos llevará a un mundo que se parece al que acabamos de dejar atrás, pero peor y constantemente sal- picado de sorpresas desagradables. Por tanto, debemos hacer las cosas bien. Los desafíos que tenemos por delante podrían ser más importantes de lo que hasta ahora hemos querido imaginar, pero nuestra capacidad para reiniciar también podría ser mayor de lo que nos habíamos atrevido a esperar.

Puedes leer la versión completa del libro COVID-19: El Gran Reinicio aquí

Tomado de: https://es.weforum.org/

DEBEMOS SUPERAR EL NEOLIBERALISMO EN LA ERA POST-COVID: Klaus Schwab

El COVID-19 ha agitado el mundo en formas no vistas desde las guerras mundiales, afectando todos los aspectos de la vida humana.

Para el desarrollo sostenible del planeta, es vital que nuestra recuperación priorice nuevas formas más verdes de hacer negocios.

El "Gran Reinicio" ofrece la oportunidad de reevaluar las vacas sagradas del sistema prepandémico, pero también de defender los valores que se han mantenido durante mucho tiempo.

Ningún acontecimiento desde el fin de la Segunda Guerra Mundial ha tenido un impacto global tan profundo como el COVID-19. La pandemia ha desatado una crisis de salud pública y económica en una escala nunca vista en generaciones y, al mismo tiempo, ha exacerbado problemas sistémicos como la desigualdad y la postura de las grandes potencias.

La única respuesta aceptable para una crisis semejante es intentar aplicar un “Gran Reinicio” de nuestras economías, políticas y sociedades. En verdad, éste es un momento para reevaluar las vacas sagradas del sistema pre-pandemia, pero también para defender ciertos valores de larga data. La tarea que enfrentamos es la de preservar los logros de los últimos 75 años de una manera más sostenible.

En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el mundo hizo avances sin precedentes en cuanto a erradicar la pobreza, reducir la mortalidad infantil, aumentar la expectativa de vida y expandir el alfabetismo. Hoy, la cooperación y el comercio internacional, que impulsaron la mejora de posguerra en éstas y muchas otras mediciones del progreso humano, deben mantenerse y defenderse frente a un renovado escepticismo de sus méritos.

Al mismo tiempo, el mundo también debe seguir prestando atención a la cuestión definitoria de la era pre-pandemia: la “Cuarta Revolución Industrial” y la digitalización de innumerables actividades económicas. Los recientes avances tecnológicos nos han dado las herramientas que necesitamos para enfrentar la crisis actual –inclusive a través del rápido desarrollo de vacunas, nuevos tratamientos y equipamiento de protección personal-. Necesitaremos seguir invirtiendo en investigación y desarrollo, educación e innovación, mientras creamos protecciones contra quienes hacen un mal uso de la tecnología.

Pero también será necesario reevaluar otras consignas de nuestro sistema económico global con una mente abierta. Una de las principales es la ideología neoliberal. El fundamentalismo de libre mercado ha erosionado los derechos de los trabajadores y la seguridad económica, ha desatado una carrera desregulatoria hacia el fondo y una ruinosa competencia impositiva, y ha permitido el surgimiento de nuevos monopolios globales gigantescos.

Las reglas de comercio, tributación y competencia que reflejan décadas de influencia neoliberal ahora tendrán que ser revisadas. De lo contrario, el péndulo ideológico –ya en movimiento- podría oscilar de vuelta hacia el proteccionismo a gran escala y hacia otras estrategias económicas perjudiciales para todos.

Específicamente, será necesario que reconsideremos nuestro compromiso colectivo con el “capitalismo” como lo hemos conocido. Obviamente, no deberíamos prescindir de los motores básicos del crecimiento. Le debemos gran parte del progreso social del pasado a la iniciativa empresarial y a la capacidad de crear riqueza asumiendo riesgos y buscando modelos de nuevos negocios innovadores. Necesitamos que los mercados asignen recursos y la producción de bienes y servicios de manera eficiente, en especial cuando se trata de enfrentar problemas como el cambio climático.

Pero debemos repensar a qué nos referimos cuando hablamos de “capital” en sus muchas iteraciones, ya sea financieras, ambientales, sociales o humanas. Los consumidores de hoy no quieren más y mejores bienes y servicios por un precio razonable. Por el contrario, cada vez más esperan que las empresas contribuyan al bienestar social y al bien común. Existe una necesidad fundamental y una demanda cada vez más generalizada de un nuevo tipo de “capitalismo”.

Para reconsiderar el capitalismo, debemos reconsiderar el papel de las corporaciones. Un exponente temprano del neoliberalismo, el economista y premio Nobel Milton Friedman, creía (citando al ex presidente norteamericano Calvin Coolidge) que “el negocio de los negocios es el negocio”. Pero cuando Friedman bregaba por la doctrina de la primacía de los accionistas, no consideraba que una empresa listada en bolsa tal vez no fuera sólo una entidad comercial sino también un organismo social.

Asimismo, la crisis del COVID ha demostrado que las empresas que invirtieron en fortalecer su vitalidad de largo plazo han estado mejor equipadas para capear la tormenta. De hecho, la pandemia ha acelerado el giro hacia un modelo de capitalismo corporativo de partes interesadas, tras la adopción de este concepto por parte de la Mesa Redonda de los Negocios de Estados Unidos el año pasado.

Pero para que se mantengan las prácticas empresarias más conscientes desde un punto de vista social y ambiental, las empresas necesitan lineamientos más claros. Para satisfacer esa necesidad, el Consejo Internacional de Empresarios del Foro Económico Mundial ha desarrollado un conjunto de “Métricas de Capitalismo de Partes Interesadas” para que las empresas puedan estar de acuerdo en lo que concierne a evaluar valor y riesgos.

Si la crisis del COVID nos ha demostrado algo es que los gobiernos, las empresas o los grupos de la sociedad civil que actúan por sí solos no pueden hacer frente a los desafíos globales sistémicos. Necesitamos romper los compartimientos que mantienen aisladas a estas esferas y empezar a construir plataformas institucionales para la cooperación público-privada. Igual de importante es que las generaciones más jóvenes deben participar en este proceso, porque tiene que ver inherentemente con el futuro de largo plazo.

Finalmente, debemos ampliar nuestro esfuerzo por reconocer la diversidad de contextos, opiniones y valores entre los ciudadanos en todos los niveles. Cada uno de nosotros tiene su propia identidad individual, pero todos pertenecemos a comunidades locales, profesionales, nacionales y hasta globales con intereses compartidos y destinos entrelazados.

El Gran Reinicio debería buscar darle voz a quienes han quedado rezagados, para que todos los que estén dispuestos a “definir conjuntamente” el futuro puedan hacerlo. El reinicio que necesitamos no es una revolución o la adopción de alguna nueva ideología. Más bien, debería ser visto como un paso pragmático hacia un mundo más resiliente, cohesivo y sustentable. Algunos de los pilares del sistema global tendrán que ser reemplazados y otros, reparados o fortalecidos. Lograr un progreso, una prosperidad y una salud compartidos no exige nada más –ni nada menos.

Tomado de: https://es.weforum.org/