martes, 25 de octubre de 2016

LA CUARTA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL, UN ENORME DESAFÍO PARA EL MUNDO

Choques que plataformas como Uber han tenido con legislaciones son apenas la punta del iceberg.
Por: Diego Alarcón

El futuro ya no es esa referencia lejana que dejaba mucho tiempo para pensar en la mejor manera de abordarlo. Hace apenas cuatro meses, Klaus Schwab, director y fundador del Foro Económico Mundial (FEM) –que reúne a potencias económicas, líderes y a varios de los capitales más poderosos del mundo– advertía en Davos (Suiza) que la Cuarta Revolución Industrial ya está marchando en el mundo y “el problema está en que ni los gobiernos ni la sociedad civil serán capaces de paliar los grandes desbarajustes que ocasionará este auténtico maremoto, que tendrá importantes consecuencias económicas, políticas y sociales a nivel mundial”.

Con la discusión puesta en esta nueva ‘revolución’, por el Foro desfiló una cifra escalofriante: en la próxima década el desarrollo de las industrias impulsadas por el avance de las nuevas tecnologías pondrá en riesgo el 47 por ciento de los empleos actuales en países como Estados Unidos.

La predicción pareció ir por el mismo camino de los vaticinios de John Chambers, presidente ejecutivo del gigante de las telecomunicaciones Cisco Systems, quien desde el año pasado viene insistiendo en que, si las empresas de hoy no se montan a la ola de las nuevas plataformas tecnológicas, el 40 por ciento de ellas terminará por ahogarse y desaparecer en solo una década.

Suena al apocalipsis, pero el propio Schwab (ver columna anexa) invitó a dedicar la última edición del FEM a pensar en conjunto y, muy seriamente, cómo estar a la altura del desafío y plantar cara, de la mejor manera, al terremoto que están ocasionando iniciativas como Uber y Airbnb, entre otras.

Se trata de un choque de modelos. O de estructuras. A finales del siglo XVIII el revuelo lo causaron las máquinas a vapor. Luego, en el XIX, la electricidad. A finales del siglo XX y principios del XXI, la automatización de las fábricas, la aparición de los computadores e internet. Y ahora, la que ha sido bautizada como la ‘cuarta revolución’ toca la campana avisando que es hora de montarse en el tren de la ‘internet de las cosas’, que es el concepto que, más allá de la red misma, abarca la posibilidad de que objetos, máquinas y personas interactúen remotamente en cualquier lugar y momento.

Los conflictos que Uber ha desatado con los taxistas tradicionales, que denuncian competencia desleal; el de Airbnb con el sector hotelero, que demanda más controles estatales, o el de Netflix con la televisión tradicional (en diversos países se estudia la posibilidad de cargar el servicio con un impuesto) son apenas algunos de los síntomas de las grandes transformaciones que está gatillando la tecnología en nuestro mundo.

Mientras tanto, la incapacidad de los sistemas legislativos y comerciales actuales para adaptarse a estos nuevos escenarios es tan evidente como dramática, ya que todavía se ve a varias sociedades debatiéndose entre la prohibición de estas apuestas y su funcionamiento sin ninguna regulación.

Sin embargo, mientras las naciones discuten, las nuevas plataformas no dejan de nacer, anticipando nuevas tormentas. En Estados Unidos y Europa ya existe TaskRabbit, una plataforma que tras ver la luz como una empresa de mensajería y domicilios, expandió sus servicios a proveer mano de obra para asuntos diversos como el aseo del hogar o la plomería, invitando incluso a sus usuarios a que tengan conocimientos en estas áreas a que se registren en ella para acudir a donde sean requeridos y ganar un dinero extra. El debate sobre la seguridad social de sus ‘trabajadores’ ya comenzó.

Otras como Turo, que ya funciona en toda Norteamérica, pone a disposición del usuario el alquiler de los automóviles que otros usuarios registran en las plataforma para ser usados en cualquier ciudad, lugar y momento. Si un pasajero aterriza en Nueva York, por ejemplo, bastará con que coordine con su contraparte la entrega del carro en el aeropuerto en vez de pagarles a las firmas de alquiler de siempre. La discusión sobre las pólizas especiales de seguros que deben pagar estos carros y sobre la compatibilidad de licencias de conducción también han estado sobre la mesa, así como la revisión de presuntas captaciones ilegales de dinero de las que son acusadas propuestas como LendingClub, que reúne dinero de sus usuarios para realizar a través de internet préstamos a costos más bajos que los de la banca tradicional.

La avalancha de este tipo de economías colaborativas es tan grande y el avance de las regulaciones tan lento que la fuerza del mercado y las soluciones de las necesidades de los clientes parecen imponerse por knock out, al punto que en casos como el colombiano la plataforma Cabify acaba de anunciar que competirá directamente con Uber en un país que aún no sabe a ciencia cierta si Uber es legal o ilegal.

Situaciones así son tan comunes ahora en el mundo que incluso Europa ya luce lista para dar el paso. Elzbieta Bienkowska, comisaria europea a cargo de temas de industria, afirmó esta semana que “no se puede prohibir totalmente una actividad solo para proteger modelos económicos existentes”. Y agregó: “La economía colaborativa puede constituir una oportunidad para los consumidores, los empresarios y el sector privado, con la condición de que sea fomentada de la manera correcta”.

Futuro cercano

“Vivimos pegados al status quo de la segunda revolución industrial y algo de la tercera”, asegura Alfredo Osorio, experto en emprendimientos digitales, quien desde su compañía Bomba Camp, en Chile, se dedica a apoyar económicamente ideas de emprendimiento con potencial, así como a asesorar a empresas tradicionales para que puedan entrar en la nueva era.

Según él, el mundo en pocos años será un lugar distinto: “Habrá autos que se conducen solos en algunas ciudades, la realidad virtual comenzará a cambiar para siempre la educación porque permitirá simular un montón de actividades y escenarios; la aplicación de las ‘neuronas robot’ permitirá controlar prótesis directamente desde el cerebro; las impresoras 3D permitirán hacer productos personalizados para los usuarios así como, incluso, dar origen a órganos artificiales que puedan reemplazar a los biológicos; y gracias al ‘big data’ –los datos que van dejando los usuarios en la red durante su interacción– las empresas tecnológicas no solo podrán diseñar mejores productos sino predecir lo que sus clientes buscarán en el futuro”.

El cambio que se viene es radical. El consumidor se enfocará en la senda ‘on demand’ (por demanda), consumiendo lo que quiere en el momento que quiere. Como asegura Marc Randolph, cofundador de Netflix, “una tendencia será la personalización profunda de los productos definida por las preferencias del cliente de acuerdo con lo que ve, lee y consume”.

Todo esto será posible gracias al ‘big data’, que, de acuerdo con Osorio, pronto permitirá también que instituciones bancarias entreguen préstamos solo estudiando la disciplina de los usuarios al pagar sus servicios en internet, lo que le supondrá a la banca tradicional la necesidad de suprimir sus departamentos de análisis del riesgo. De hecho, Osorio está tan convencido del cambio que apunta que el sistema financiero será totalmente distinto a de aquí a cinco años, con la progresiva desaparición de las sucursales y con el crecimiento de monedas netamente digitales, como el bitcóin.

En la cuarta revolución industrial, las nuevas empresas, como ya estamos viendo actualmente, se enfocarán más en encontrar valor al resolver las necesidades de las personas, tal y como lo sugiere el especialista británico Paul Mason, autor del libro Poscapitalismo: Hacia un nuevo futuro. A este escenario se suma el alcance global de internet y la posibilidad de llegar a un público diferenciado con servicios que se prestan de manera directa y que prescinden de intermediarios y largas cadenas de distribución. Solo de esta manera, por dar otro ejemplo, será posible que a través de una plataforma de venta online un emprendedor pueda competir directamente con grandes superficies sin necesidad de puntos de venta y con una mano de obra reducida, lo que al final se traducirá en la posibilidad de ofrecer mejores precios. Por realidades de este tipo es que algunos teóricos de la nueva economía han descrito a la ‘cuarta revolución’ como la era que democratizará el emprendimiento.

El nuevo capitalismo

¿Acaso este escenario económico no hubiera sido un sueño para el propio Adam Smith, un mundo con miles de actores ofreciendo y demandando continuamente? Posiblemente, pero más que el ápice capitalista, las trasformaciones de estos días podrían ser más una especie de reinicio del sistema mismo, una refundación que para expertos como Mason equivaldría a un cambio de modelo: la información y la conexión cambiarán para siempre la noción de trabajo, los mercados perderán las pautas usuales con las que hasta ahora han puesto sus precios y la producción colaborativa seguirá desafiando las estructuras jerárquicas que sustentan la economía de hoy.

La transformación está siendo tan aparatosa que empresas y gobiernos que se matricularon en la doctrina del libre comercio y promovieron tratados para implementarlo se ven hoy muy preocupados porque en ciertos sectores la propiedad intelectual está en peligro, los recursos no se están quedando en sus países, ni siquiera en sus regiones, y las industrias nacionales corren el riesgo de naufragar con un costo humano enorme a bordo.

Más allá de todo esto, la consigna del presente parece ser la de prepararse para los retos. De las políticas de los gobiernos en este tema dependerá no solo el crecimiento económico, sino también la disminución de la desigualdad entre naciones y ciudadanos. El Banco Mundial advirtió en un reciente informe sobre los dividendos digitales en el mundo que las plataformas de productos y servicios a bajos costos, al llegar a la gran escala, podrían fundar nuevos monopolios en internet para los que hasta ahora no existe regulación alguna.

La clave estará entonces en encontrar el equilibrio entre el control legal y el uso libre de internet, una plataforma sobre la que, hasta ahora, cualquier señal de interferencia estatal es tildada de intromisión indebida. “Lo primero que debemos procurar es no estigmatizar internet por los cataclismos que está causando y sería ingenuo también pensar en que los cambios legales deben venir para plataformas específicas y no para una nueva realidad. Al contrario, debemos ser conscientes de que esta es una oportunidad para replantearnos el contrato social”, explica Carolina Botero, directora de Fundación Karisma, una organización independiente dedicada a apoyar y difundir el buen uso de las tecnologías en los entornos digitales, sociales y de políticas públicas.

Para Osorio, lo único claro es que el horizonte está lejos de despejarse en este momento, caracterizado por el crecimiento exponencial que ha tenido la tecnología y la estupefacción de los gobiernos y las empresas tradicionales, a las que aconseja: “Sigan usando el modelo de negocio actual, pero generen una nueva área de exploración donde puedan hacer experimentos en paralelo, sucesivos, rápidos y baratos, que permitan comenzar a entender lo nuevo y encontrar nuevos esquemas de servicio y producción”.

Algo en lo que los expertos concuerdan es que el nuevo escenario no lo parará nada ni nadie y que al mundo se le vienen días complicados. Como escribió recientemente Larry Hatheway, economista jefe del grupo de gestión de capital GAM en Inglaterra: “Las nuevas formas de producir cosas a menudo matan a las viejas industrias y eliminan puestos de trabajo antes de que la totalidad de los beneficios del modelo sucesor de producción se haga realidad. Un cierto grado de violencia acompaña inevitablemente al progreso humano”.

Tomado de: http://www.eltiempo.com/

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