La globalización y la tecnología están íntimamente entrelazadas. Las nuevas formas de transporte y comunicación agilizan y aumentan el movimiento de personas, bienes e ideas.
A su vez, la diversidad de ideas y la mayor escala que proviene del alcance mundial potencian el avance tecnológico.
En todas las fases de la globalización, la tecnología ha desempeñado un papel fundamental en la configuración tanto de oportunidades como de riesgos. A medida que la cuarta revolución industrial impulsa una nueva fase de la globalización —la “globalización 4.0”— aquí le presentamos cinco cosas que podemos aprender al mirar hacia atrás, y hacia adelante, en el impacto de la tecnología.
1. Incluso a medida que la tecnología mejora, la globalización no es inevitable
Si bien puede ser tentador pensar en la globalización como una cualidad esencial de la modernidad que ha progresado de forma constante desde la primera revolución industrial, este no es el caso. El último cambio importante se produjo gracias a la Primera Guerra Mundial y al período posterior de caos económico. De hecho, los niveles de integración económica mundial alcanzaron su punto máximo en 1914, y recién en la segunda mitad del siglo XX se recuperaron estos niveles.
2. Los sistemas y estándares mundiales tienen más importancia que las tecnologías individuales
La caída del costo del transporte y las comunicaciones permite el intercambio de más cosas, al igual que durante el siglo XIX el barco a vapor redujo el tiempo y el costo de cruzar el Atlántico en un horario confiable. Sin embargo, es importante tener en cuenta que el mundo cambia solo cuando una tecnología se convierte en un sistema.
El contenedor de transporte intermodal, que revolucionó el comercio mundial de mercaderías a partir de la década de 1950, es mucho más que una caja de acero: es una serie de normas que definen las dimensiones, la resistencia y los puntos de elevación de contenedores, que complementan el diseño de grúas, buques, camiones y trenes en todo el mundo. La primera grúa de contenedores especialmente diseñada podía desplazar cargas a más de 40 veces la productividad promedio de una cuadrilla de estibadores usando métodos de envío “a granel”.
Gracias a la difusión de los estándares mundiales que se crearon a mediados de la década de 1960, fue posible extender esta productividad por todo el mundo. Esto afectó directamente el empleo en los sectores del transporte marítimo, ya que los trabajos manuales se automatizaron con la llegada de grúas y contenedores. El comercio y la riqueza mundiales no solo aumentaron sino que avanzaron a una nueva tasa de crecimiento que continuó durante décadas, ya que los empresarios y las economías completamente nuevas tuvieron la posibilidad de abastecer a mercados de todo el mundo.
Cabe destacar, sin embargo, que este beneficio tuvo su costo. Desde 1952 hasta 1972, la cantidad de estibadores registrados en la costa este de EE. UU. disminuyó en más de dos tercios. En el Reino Unido, la cantidad de trabajadores portuarios se redujo de más de 70 000 a principios de la década de 1960 a menos de 10 000 a fines de la década de 1980. El desplazamiento de puestos de trabajo y oportunidades compensó en exceso estas pérdidas, ya que las ganancias generales se incrementaron masivamente, pero para los trabajadores portuarios, los estibadores y sus familias, esto significó encontrar nuevos ingresos.
3. La Aldea Global está construida sobre cimientos digitales
La difusión de Internet y el costo relativamente bajo de la tecnología digital significa que las personas que tienen la suerte de tener acceso a las redes digitales son cada vez más globales y más locales al mismo tiempo. Pequeños comerciantes en chabolas en las afueras de Nairobi exportan a África Oriental. En China, las “aldeas Taobao” permiten a las poblaciones rurales previamente seleccionadas vender productos en la plataforma comercial de Alibaba.
Las nuevas tecnologías industriales —incluidas la impresión 3D, las nuevas formas de automatización de fábricas y el aprendizaje automático— están permitiendo rápidamente la personalización masiva de productos y la optimización local de la oferta y la demanda. Como resultado, la cultura fabricante y el consumo colaborativo se están expandiendo con rapidez. Esto está aumentando la cantidad de personas que pueden usar la tecnología para generar valor. En 2016, la Asociación GSM encontró 314 centros tecnológicos en África. Menos de dos años después, este número había aumentado casi un 50 % a 442.
Obviamente, la globalización no se trata solo del comercio de bienes. En 1967, en su libro The Gutenberg Galaxy, Marshall McLuhan acuñó el término Aldea Global, presentando una visión notablemente profética de los beneficios y riesgos de un espacio de medios global cada vez más compartido. Culturalmente, aquellos conectados a Internet son parte de las mismas conversaciones de la aldea. Esto ofrece la oportunidad de mejorar la comprensión cultural y la empatía, así como los riesgos de dinámicas polarizantes.
En todo, desde la política nacional e internacional, el género, la raza u otros asuntos sociales, las historias que dominan nuestras sociedades ya no están conformadas por un pequeño grupo de fuentes que se consideran autorizadas y confiables; ahora todos tienen voz. Los tonos fríos y seguros del Servicio Mundial de la BBC o el Servicio Público de Radiodifusión (PBS) compiten con una cacofonía de opiniones, la “economía de indignación” y una corriente implacable de “Twitter”. El espacio expandido para la opinión reduce el espacio relativo para el hecho. Y lo que es peor, estas mismas dinámicas se pueden utilizar intencionalmente para sembrar discordia en aras de desacreditar a personas, ideas o instituciones.
4. El Gran Juego, redux
La carrera por el avance tecnológico también sienta las bases de la influencia geopolítica, incluida la capacidad de influir en la forma de globalización. Las tecnologías siempre han concedido a los países y organizaciones que podrían dominarlos el poder económico, militar y político a distintos niveles.
En la actualidad, los países están invirtiendo enérgicamente en tecnologías como la inteligencia artificial y la computación cuántica. De hecho, es probable que aprovechar con éxito las nuevas tecnologías sea mucho más importante que inventarlas.
En su reciente libro AI Superpowers, Kai-Fu Lee argumenta de manera convincente que China se encuentra un lugar privilegiado para ganar la próxima fase de la carrera de IA (inteligencia artificial), en base a su capacidad para implementar técnicas innovadoras de aprendizaje automático y aprovechar su acceso a grandes cantidades de datos en un entorno normativo favorable para la IA. En efecto, una empresa china, Yitu, ganó la prueba de reconocimiento facial para vendedores de 2017, una prueba de referencia organizada por el Instituto Nacional de Estándares y Tecnología, que sirve como guía oficial para las compras del Gobierno de EE. UU. Mientras tanto, las empresas emergentes chinas de IA recibieron el 48 % de la financiación mundial de IA en 2017, en comparación con el 38 % de las empresas estadounidenses de IA.
Imagen: CB Insights
La cuarta revolución industrial dará nueva forma al poder económico, el liderazgo científico y la arquitectura de las cadenas de valor, así como las formas futuras de organización política. Esto tendrá repercusiones considerables en la forma en que los Estados se relacionen entre sí en la siguiente fase de la globalización.
5. Los valores positivos comunes deben impulsar la globalización 4.0
Al igual que las tecnologías, las reglas e instituciones globales están lejos de ser neutrales. Incluyen nuestros valores, supuestos sobre el mundo y deseos por lo que creemos que debería ser el futuro. Los períodos anteriores de la globalización han sido justamente criticados por olvidarse de la gente, aunque también reconocidos por generar riqueza, difundir tecnologías y mejorar los niveles de vida en todo el mundo. Pero en la globalización 4.0 podemos —y debemos— hacerlo mejor.
Con frecuencia, se cita a la imprenta como un precedente histórico de nuestra revolución tecnológica en la sociedad. Un hito histórico en la democratización de la información y el conocimiento, fortaleció a los individuos y modificó para siempre las estructuras económicas, sociales y políticas. La alfabetización, la educación, el progreso científico y la participación política se convirtieron en la moneda de todos, en lugar de unos pocos, lo que dio lugar a un cambio de valores, normas y expectativas de vida.
Tenemos que garantizar que las tecnologías que impulsan la siguiente fase de la globalización estén centradas en el ser humano e impulsadas por valores positivos. En especial, como lo señala el próximo informe del Foro Económico Mundial sobre Futuros Digitales, debemos aspirar a sistemas y tecnologías que sean inclusivos, confiables y sostenibles.
¿Qué significa esto? Al mismo tiempo que elogiamos las oportunidades de la IA para lograr que nuestras organizaciones sean más productivas, necesitamos cerrar la brecha digital y asegurarnos de que los algoritmos desafíen, y no refuercen, los prejuicios y la discriminación existentes. A medida que comenzamos a utilizar libros de contabilidad distribuida para revolucionar las finanzas mundiales, debemos implementar la cadena de bloques para ayudar a los refugiados a demostrar su identidad y ayudar a las organizaciones de la sociedad civil a hacer un seguimiento de los compromisos con la sostenibilidad.
Sobre todo, quienes tenemos la suerte de poder desarrollar, invertir o simplemente usar las últimas tecnologías deberíamos hacer todo lo posible para que aquellos que no tienen ese poder sientan que la tecnología también está de su lado.
Tanto la cuarta revolución industrial como la globalización 4.0 son oportunidades para corregir lo que salió mal en épocas anteriores. Y eso comienza con la construcción de un compromiso compartido para un futuro compartido, basado en aquellos valores que son realmente multiculturales: luchar por el bien común, salvaguardar la dignidad humana y actuar como administradores para las generaciones futuras.
Nicholas Davis es director de Sociedad e Innovación, miembro del Comité Ejecutivo, Foro Económico Mundial.
Derek O'Halloran es director de El futuro de la economía y la sociedad digital, miembro del Comité Ejecutivo, Foro Económico Mundial.
Tomado de: https://es.weforum.org/